Una noche en Río.
Como todos los jueves, las calles de Río estaban llenas de universitarios camino a algún bar o al apartamento de algún amigo para hacer pre-game. Raúl acababa de salir de clase e iba camino a casa a ducharse para luego encontrarse con sus amigos en El Bori. Les había dicho que llegaría a las 9pm, pero, ya son las 9pm; típico de Raúl. Sus amigos tenían claro que, como mínimo, le llegaría a las 10pm. Ser puntual nunca ha sido lo suyo.
Sonó una notificación en el celular de Raúl, y salió corriendo de la ducha a buscarlo.
Andrés: Rauli, ¿cuándo le vas a llegar? Ya estamos aquí.
Raúl: Ya voy bajando. Tuve que venir al apa un momento, le llego en 15.
Andrés: Dale, me texteas cuando llegues. Estamos por el billar.
Raúl volvió corriendo a darse un baño de gato, el muy especial ni se había metido a la ducha. Al terminar, entró a su cuarto y se puso a chequear a qué olía la ropa que tenía acumulada en la silla. Cogió un mahón y lo terminó tirando al piso del mal olor que tenía; luego, cogió un hoodie que olía más o menos bien y se lo puso. Se tiró un poco de perfume, cogió las llaves y salió corriendo del apartamento.
Esa noche las calles de Río Piedras estaban llenas de gente, como que era la primera semana de uni luego de las vacaciones. Pasó por El Refugio y como siempre, estaba lleno de los estudiantes de Sociales de la IUPI en el mood de “filosóficos” con la caneca de chichaítos en una mano y una lata de Medalla en la otra. Nada raro. Luego, pasó por la Avenida Universidad, y la policía la tenía cerrada para que la gente pudiera caminar, pero estaba explotá. Iba a pararse un momento en Doña Ana a comprar unos munchies pero decidió pichar y seguirlo para El Boricua.
Cuando llegó al Bori no había break de entrar, no cabía más gente dentro. Se le había olvidado que era noche de Bomba, y cuando hay noche de Bomba, hay que llegar temprano sí o sí. Intentó pasar entremedio de la gente bailando y los que estaban tocando los tambores, pero la gente y la energía que había era tanta que tuvo que dar la vuelta y buscar para entrar por otro lado. Consiguió entrar por la pista de baile, de suerte, porque todos estaban bailando afuera en la terraza.
Andrés y los panas, lo estaban esperando con unos shots de chichaíto y una Presidente bien fría.
— ¡Diablo loco, estás brutal! Nunca puedes ser puntual. —le gritó Andrés.
— Acho, siempre haces lo mismo. Son las 10:30pm tipo. —dijo Diego mostrándole la hora en su celular.
— Vamo’ a calmarno’ que ya estoy aquí, y cuando se acabe la bomba vamos a adueñarnos de la vellonera. Así que empiecen a sacar sus pesetas. —contestó Raúl.
— Tsss, tú sabes que ya estamos ready pa’ eso. —respondió Aníbal moviendo su billetera.
— ¡Así me gusta! —dijo Raúl mientras hacía unos pasos de salsa — Estoy ready pa’ una salsita bien chévere.
Se fueron a la vellonera a escoger canciones y marcaron Bujería, Aguanilé, El Pío Pío y Fuego en el 23, clásicos. Medio Bori ha puesto canciones en el queue para cuando terminen de tocar Bomba, así que estarán esperando años luz. El Bori es un sitio que, si no hay bomba, hay salsa dura, pero siempre hay gente bailando y llena de sudor; desde los viejos hasta los más jóvenes.
Raúl y Andrés salieron afuera por el calor que tenían, y claro, para hacer lo que fueron a hacer; ver a sus crushes bailando con la esperanza de sacarlas a bailar. Indira y Katiria estaban allí, bailando bomba y dándolo todo en la pista, como siempre.
En la Bomba, quien dicta el sonido del barril no es quien lo toca, sino quien lo baila que va dirigiendo el son con sus movimientos. Indira dejó hipnotizado a Raúl con sus movimientos, la facilidad con la que se movía y la rapidez con la que hacía que cambiaran el son, lo tenía loco.
De momento, de estar viendo a Indira bailar pasó a meterse a la pista e intentar bailar bomba, y digamos que… no le fue muy bien. Pero logró lo que quería, captar la atención de Indira, que se le acercó al oído y le dijo:
— Creo que alguien tiene que enseñarte a bailar.
— Y creo que ese alguien puedes ser tú —le respondió Raúl pícaramente mientras le tiró una guiñada.
Conversaciones de medianoche.
Eran las 14:30 de la tarde y llovía muchísimo, Ignacio huía de la lluvia y se metió al primer café que encontró abierto. Ahí estaba Marie, en su hábitat natural, escribiendo en su laptop y tomándose un cappuccino con una galleta de chocolate chips, sus favoritos. Ignacio no había visto a Marie desde que se despidieron en Buenos Aires.
Todo había cambiado, pero a la vez no. Ella seguía igual, aunque había cortado sus rizos y se había dejado su color natural de cabello; aun escribía en su laptop como si no hubiera mañana, y como si nada más existiera en el mundo. Marie miraba a su pantalla, tal cual como miraba a Ignacio hace unos años en Buenos Aires.
La primera vez que se conocieron fue de la manera más absurda, Ignacio estaba intentando convencer a un amigo de comprar un gin con sabor a fresa para mezclar con vodka. Sí, con vodka, y Marie estaba en la tienda con unas amigas. Al escucharlo, ella no pudo aguantar el impulso de meterse en la conversación y decirle todas las razones por las que su mezcla era una muy mala idea. A lo que Ignacio la miró sorprendido y comenzó a reírse mientras le decía: “Qué vaaaaa, si va a estar buenísimo. Jajaja”.
La segunda vez que se vieron fue cinco minutos después de ese encuentro, cuando Marie volvió a donde estaba su grupo de Erasmus para ir a una fiesta y ahí estaba Ignacio con sus amigos, mezclando su bomba atómica. De ahí en adelante, todo fue una larga y rara historia. Solo hablaban cuando salían de fiesta y estaban alcoholizados, según sus amigos tenían conversaciones es muy interesantes y sobre muchísimos temas, pero al sol de hoy, ninguno de los dos las recuerda.
Solo recuerdan cómo se sentían cada vez que se veían y cómo se evitaban cuando estaban sobrios; también recuerdan como no podían despegarse en las noches de fiestas. Como si fueran dos magnetos que no podían estar separados el uno del otro. Recuerdan como sus ojos se miraban y les hacían olvidar que había más gente a su alrededor. Pero no recuerdan lo más importante, sus conversaciones de medianoche y las largas horas que pasaron hablando hasta la madrugada, cada fin de semana, por casi cinco meses. No recuerdan porque nunca se atrevieron a hablar en momentos de sobriedad, aunque probablemente era porque querían huir de lo que sentían y sabían que no podían controlar. Quizás, si alguno de los dos hubiera hecho algo, hubiera pasado algo; pero no.
Ahora, Marie era una extraña sentada en un café, escribiendo como si no hubiera mañana y ahí estaba Ignacio, mirándola como si no hubiera mañana y como si no hubieran pasado cinco años entremedio de todo esto. Él sabía que la vería pronto, pero no esperaba que fuese tan pronto.
Se suponía que se verían en dos meses en la boda de su amiga Beatriz. Él ya se estaba preparando mentalmente para eso, pero no para verla ahora. Beatriz había sido la “alcahueta” entre Marie e Ignacio. Irónicamente, los conoció a los dos en diferentes lugares y se hizo la mejor amiga de ellos, sin saber que ya ellos se habían conocido antes. Y cuando se enteró, se convirtió en la fan #1 de ellos e intentó que pasara algo más que sus conversaciones de medianoche, pero claramente no lo logró.
Beatriz aún quería que Ignacio y Marie estuvieran juntos, por eso le dijo a Ignacio que ella estaría en la boda para ver si por fin hace algo. Y para que se fuera preparando mentalmente para el momento. De los dos, Ignacio es el más gallina. Aunque Marie no sabe que Ignacio irá a la boda, tiene más agallas que él y cuando sabe lo que quiere, intentar ir a por ello a diferencia de él. Ella lo intentó en su momento, y él, nunca respondió. Así que, si Ignacio quiere algo, tendrá que ponerse los pantalones en su lugar y tomar acción.
Ignacio seguía mirando a Marie mientras se tomaba un espresso, pensando si debe ir a saludarla ahora o si quizás, mejor esperaba a la boda. De todas maneras, allí tendrá que saludarla sí o sí. Ignacio decidió que es mejor irse y, justo cuando se levantó, Marie alzó la mirada y sus ojos se encuentran.
La última vez que se vieron no fue porque Ignacio quisiera, si no, porque Beatriz se lo pidió. Sabía que, si Marie se iba e Ignacio no la veía por una última vez, se arrepentiría.
Pfff, ¡mírame!
Hace años sí que estaba bien buena, estaba en mis años “prime”. Todo lo que me ponía me quedaba bien. Me veía cabrona, por decirlo así, de forma pintoresca. Ahora… bueno, ahora tengo que elegir con cuidado lo que me pongo, no vaya a ser que se me salga un chicho de sitio y espante a alguien. O que me explote un botón de la blusa, y deje tuerto a alguno o alguna.
Antes podía bailar toda la noche. Ahora, pfff, ahora no duro ni hora y media sin sentir que me asfixio. Y eso que voy todos los días al gimnasio, hago cardio y hago pesas, pero los años bendito, los años me están cayendo encima a palos. Es como si le hubieran dicho a mi cuerpo: “Bueno llego tu fecha de expiración, gracias por participar”.
¡Es increíble! En serio… está brutal. Después de ser esa persona que siempre causaba impacto al llegar a cualquier lugar, ahora soy esa que miran y dicen “Y está, ¿se cree que tiene 25 años?”. Sé que no tengo 80 años, tengo 45 y sí, soy joven aún; pero no joven de 25 años. Ya mi cuerpo ha decidido que no procesará más el alcohol y que si me atrevo a beber, aunque sea una copa de vino, me hará sufrir por lo menos durante dos días. Sí, dos días de resaca. ¿Ustedes saben lo que son dos días con resaca? Dos días sintiéndome como mierda por solo una o dos copas de vino. Esto no es de Dios, en serio.
Ser joven es una maravilla, irte de fiesta y al otro día levantarte como si nada y seguirlo de “rolling pin”por ahí. Juventud, divina y maravillosa juventud. Qué bonito es darte cuenta de que podías haberle sacado más jugo del que le sacaste, pero bueno, ya no puedes hacer nada. Ahora estoy a cinco años de los maravillosos cincuenta, la mitad de un siglo y no me quiero ni imaginar como me sentiré. Tu sabes, por no haberme puesto bien los pantalones a tiempo y comenzar a hacer deporte y comer saludable cuando era más joven.
Ahora, estoy corriendo en contra del reloj y tratando de salvar lo poco que me queda para poder disfrutar a plenitud el esplendoroso futuro que viene por ahí.
La vez que intenté "coger" el Subte en Buenos Aires.
Acababa de mudarme a Buenos Aires. Era mi primera semana en la ciudad y junto a mis nuevas compañeras de piso, habíamos conseguido un apartamento increíble en el corazón de Palermo Soho. Llegó el primer día de nuestro intercambio estudiantil e íbamos a la universidad para la charla de bienvenida a estudiantes extranjeros. A menos de una cuadra, teníamos una estación de metro, bus y ferrocarril. Decidimos probar el “Subte”, así es como le dicen al metro en Buenos Aires, para llegar más rápido.
Al entrar a la estación, nos encontramos con los mapas de las líneas del Subte y las máquinas para comprar los billetes. Estábamos un poco confundidas porque habían muchas líneas del metro que pasaban cerca de la universidad, pero no teníamos claro cuál nos quedaba más cerca. Al lado de nosotras, había un chico con unos audífonos escuchando música. Decidí acercarme para ver si nos podía ayudar y le pregunté: “¿Qué línea de Subte tengo que coger para llegar a la UADE?”. Él se quedó mirándome con cara de sorprendido, como si no entendiera mi pregunta y a los segundos, estalló de risa. Me quedé mirándolo sin entender porqué se estaba riendo, no dije nada gracioso, solo le hice una pregunta. Seguía riéndose mientras me respondía: “Bueno, aquí no “cogemos” el Subte, aquí lo tomamos jajaja. Para llegar a la UADE deben tomar la línea D, luego cambiar a la línea C y bajarse en la estación Independencia”. Le di las gracias por ayudarnos pero me quedé con la duda de porqué le dio tanta risa mi pregunta, así que decidí preguntarle: “¿Por qué te reíste cuando pregunté qué Subte debíamos coger para llegar a la UADE?”. Soltó una carcajada y me respondió: “Podría decir que la palabra “coger” en la Argentina es sinónimo de palabras como follar, fornicar, copular y todo eso que signifique estar sexualmente con alguien. Les aconsejo comenzar a usar “tomar”, por ejemplo: tomar el bus, tomar la mochila, etc.” Me sonrojé de la vergüenza mientras mis compañeras de piso no paraban de reírse de mí.
Básicamente, le pregunté a un chico que no conocía: “¿Qué Subte tengo que follarme para llegar a la UADE?” o por lo menos, eso fue lo que él entendió… Claramente, esa no fue mi intención. Aprendí una lección bastante importante. Ahora, antes de cada viaje, buscaré las palabras que en ese país tengan un significado diferente al de Puerto Rico. Créanme, a mí no me vuelven a “coger” otra vez. De ahora en adelante, solo tomaré el Subte y el bus en Argentina; y solo cogeré la guagua o el tren en Puerto Rico.
Esta historia estuvo featured en el podcast Un día en Español de Babbel, puedes escucharla aquí: “Taking” The Subway In Buenos Aires.
Cartas que nunca se escribieron.
A través de la metodología de la recopilación de la memoria. Este proyecto recopiló una serie de cartas que por alguna razón, nunca fueron escritas.
GRACIAS Tomy Megna, Alfredo Megna, Dani Torrente, Ana Cara y compañerxs de Brother Barcelona.